Jaeger-LeCoultre Reverso: la gestación de un icono.

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El pasado año 2011 el Reverso de Jaeger-LeCoultre cumplía 80 años. En este primer artículo y en un segundo a publicar en breve intentaremos contaros la historia de los inicios de este icónico reloj, desde la concepción de la idea y la necesidad que la indujo hasta el lanzamiento de los primeros modelos y el éxito que éstos alcanzaron.

Innovación y tradición, dos conceptos quizás un tanto opuestos, se combinan en este guardatiempos. Probablemente ambos, unidos a la funcionalidad para la que fue diseñado, fueron y son las principales claves de que el Reverso sea, aún hoy en día, uno de los relojes más icónicos de la relojería mecánica.

El Reverso nació en el año 1931, inspirado por una propuesta de los oficiales británicos destacados en la India y que deseaban disponer de un reloj de pulsera que pudiera resistir las duras condiciones de un partido de polo.

Esta historia, que es casi tan antigua como el reloj que engendró, figura entre los mayores mitos de la relojería. En un sentido más amplio, el Reverso se desarrolló para una clientela cosmopolita que cultivaba unos gustos refinados, adoraba los deportes y anhelaba un reloj con tal polivalencia y versatilidad que permitiera combinar dureza y elegancia.

Considerado desde otro punto de vista menos conocido, la génesis de este histórico reloj está estrechamente conectada a los orígenes de la manufactura Jaeger-LeCoultre. Ambos proyectos, el reloj y la marca, localizan sus inicios en un encuentro entre un hombre de negocios que deseaba hacerse un nombre en el mundo de la relojería y una manufactura centenaria que era considerada como fuente de complicaciones y que se marcó el objetivo de distribuir sus propios relojes.

El marco de fondo de esta historia es la lejana India colonial, donde los militares británicos dedicaban parte de su tiempo libre a la práctica del polo. Este deporte ecuestre, que apareció por primera vez hace más de 2.500 años en las estepas de Asia Central, provocó el entusiasmo de príncipes y sultanes desde Arabia hasta el Tíbet. Poco después de que un teniente británico descubriera este deporte en 1859, el polo evolucionó hasta llegar a ser un pasatiempo característicamente inglés que ganó popularidad con una velocidad asombrosa. A medida que el siglo diecinueve llegaba a su fin y el siglo veinte iniciaba su marcha, existían unos 175 clubs de polo en el subcontinente indio, que por aquel entonces seguía bajo la administración británica. Alrededor de 1930 el número de estos clubs de polo se había incrementado de manera espectacular.

Jacques-David LeCoultre

Los oficiales discutían en los salones de los clubs, no solo sobre los mejores caballos, sino también sobre el equipamiento y los accesorios para la práctica del polo. El tema de los relojes aparecía a menudo en estas conversaciones y las opiniones diferían alrededor de este asunto. Aquellos que tenían las inclinaciones más conservadoras continuaban usando los relojes de bolsillo «savonnette» que, acomodados de forma segura en el bolsillo de un chaleco, raramente sufrían daños debidos a los golpes de la batalla ecuestre, pero tampoco podían ser consultados de manera rápida por su propietario para conocer la hora.

Otros oficiales defendían las ventajas de un nuevo tipo de reloj que podía usarse alrededor de la muñeca. Con el fin de proteger los cristales, desde la Primera Guerra Mundial se podían encontrar relojes que incorporaban sobre su dial rejillas metálicas o cubiertas, también metálicas, unidas por bisagras a la caja. Muchos fueron los que criticaron estos diseños puesto que opinaban que un “look” tan blindado no era elegante y, a buen seguro, tampoco la mejor solución.

Desafortunadamente los relojes de pulsera tradicionales sin este tipo de protección acababan con los cristales rayados, en el mejor de los casos, o rotos en el peor de ellos. Incluso golpes en principio relativamente inofensivos podían romper el cristal del reloj en pedazos. Obviamente, se estaba ante un problema que precisaba de una solución. Esta solución llegó en 1930, cuando César de Trey, pionero de Jaeger-LeCoultre, se embarcó en un viaje a la India.

La motivación de este hombre de negocios suizo no era otra que una insaciable sed por el descubrimiento. Uno de los principales motivos de su viaje era visitar a algunos amigos que estaban sirviendo al regente inglés como oficiales militares en la India colonial.

El lugar para el encuentro de esta visita era uno de los numerosos clubs de polo existentes. Después de intercambiar bromas y saludos, y de conocer las últimas noticias que venían desde Europa, los oficiales pusieron ante su invitado un artefacto destrozado que, después de un examen más detallado, fue identificado por de Trey como los restos de lo que alguna vez debería haber sido un reloj de pulsera. El propietario del malogrado objeto se quejó de que tales calamidades no eran, por desgracia, algo que sucediera en raras ocasiones.

Otros oficiales coincidieron en que, contratiempos de este tipo, no ocurrían únicamente durante la celebración de los partidos de polo sino que también eran habituales mientras se jugaba a otros deportes como el golf y el tenis. Todos coincidieron en el hecho de que la propensión a la rotura de los cristales de los relojes era intolerable. De Trey estaba involucrado profesionalmente con los relojes de pulsera, así que no fue una mera coincidencia que los oficiales destinados a la India le transmitieran sus quejas al respecto.


El encuentro de César de Trey con Jaques-David LeCoultre

Calibre 064 – Modelo 201
Los primeros modelos de Reverso
no incorporaban segundero

De Trey, heredero de una familia aristocrática del Cantón de Vaud en el oeste de Suiza, amasó una fortuna considerable en Suiza e Inglaterra al expandir la red de negocios de su familia, especializados en la fabricación de prótesis dentales, a nivel internacional. Sus productos se enviaban desde Londres a destinatarios de todo el reino así como a distintos importadores de los países europeos más importantes y Estados Unidos. Pero en 1926, de Trey abandonó este mundo con el fin de dedicarse a su gran pasión: la relojería. Estableció una empresa de distribución en Lausanne en 1927 y pronto abrió puntos de venta en Londres y París. Al mismo tiempo emprendió una búsqueda de relojes innovadores que tuvieran cierto potencial comercial.

Fue entonces cuando conoció a un hombre de negocios llamado Jaques-David LeCoultre, quién dirigía la manufactura LeCoultre & Cie. que esa época contaba ya con unos cien años de historia y que siempre se había caracterizado por su inventiva, lo que le había permitido adquirir un considerable crédito como empresa pionera de importantes avances en los campos de la precisión y las complicaciones. La manufactura era conocida con el sobrenombre de “la Grande Maison des Complications” ya que contaba por aquél entonces con más de 200 calibres de repetición y cerca de 200 movimientos de cronógrafo, así como con el calibre más delgado y pequeño del mundo.

Desde el siglo diecinueve, la manufactura había suministrado sus obras a las más reconocidas empresas de relojería de Suiza, Francia y Alemania. Pero el plan de LeCoultre era establecer una red de distribución que le permitiera vender sus productos bajo su propio nombre. No es sorprendente saber que de Trey y LeCoultre, a partir de su primera conversación, encontraron muchos puntos en común sobre los cuales emprender conjuntamente numerosos proyectos. LeCoultre confió a de Trey varios relojes de pulsera y de sobremesa que la manufactura había desarrollado en colaboración con su socio parisino, Établissements Jaeger. Cuando César de Trey se embarcó en su viaje a India, su equipaje incluía una colección de relojes Duoplan y varios relojes de péndulo procedentes de la manufactura LeCoultre.

Modelo colgante. Calibre 407.

De Trey estaba aplicando su mente creativa a una disciplina que más tarde sería conocida como “marketing”. En su opinión, sus competidores no eran especialmente listos en este campo. Las personas que tomaban las decisiones en los departamentos de ventas de las empresas de relojería ya asentadas tendían a ser extremadamente conservadoras y raras veces conseguían anuncios llamativos que convirtieran sus productos en el centro de atención. En realidad quedaba muy lejos de las estrategias de ventas profesionales.

Todo ello era un hueco muy tentador que de Trey estaba decidido a llenar. Su mente estaba llena de ideas brillantes las cuales estaba impaciente por transformar en realidades, eso sí, sobre una base financiera segura. De Trey había comprobado de primera mano lo que una buena campaña de marketing podía conseguir en Inglaterra, donde esta disciplina había progresado más de lo que lo había hecho en Suiza.

Durante el viaje de regreso a casa desde la India, la inventiva mente de de Trey no dejó de trabajar. Con el firme propósito de solucionar el desafío que las quejas de los jugadores de polo habían planteado, repasaba mentalmente las ideas para prevenir la ruptura de los frágiles cristales de los relojes. Consideró el estrecho abanico de opciones existentes, que iban desde rejillas de protección de aspecto militar a tapas con bisagras. Todas estas posibles soluciones compartían tres denominadores comunes: eran conocidas, inadecuadas e insatisfactorias. Ninguno de los recursos normales o corrientes era completamente aceptable puesto que, o bien no eran lo suficientemente elegantes, o completamente inviables.

Era preciso inventar algo completamente diferente: una solución que fuera a la vez simple e inteligente sin compromisos técnicos ni estéticos. De Trey sabía que no sería capaz de hallar la solución deseada sin el correspondiente asesoramiento profesional de un experto, por este motivo se puso en contacto con LeCoultre nada más regresar a Suiza.

Calibre 410 – Modelo 204
Versión con pequeño segundero

De Trey viajó al Valle del Joux, lugar en el que se asentaba la manufactura LeCoultre & Cie. desde 1833. Alrededor de mediados del siglo dieciocho en este valle situado en los Alpes a mil metros de altura sobre el nivel del mar, los padres habían enseñado a sus hijos todo cuanto había que saber acerca de las diminutas ruedas de los engranajes, los mecanismos de conmutación y les habían transmitido todo su conocimiento en el exigente oficio del tratamiento de los metales.

Un inmenso tesoro de experiencia maduró lentamente durante los largos inviernos de este apartado valle donde sus habitantes disponían de un montón de tiempo, ya que con frecuencia se veían aislados en el interior de sus casas por la nieve durante días e incluso semanas. Gracias a su paciencia y persistencia, estas gentes manufacturaban aquello que tan ansiadamente se esperaba cada primavera, a más de 50 km de distancia, en las fábricas de relojes de Ginebra: ébauches, componentes y complicados dispositivos como cronógrafos, calendarios y mecanismos de repetición.

Aún tratándose de un época tan cercana, la primera mitad del siglo veinte, los residentes del Valle de Joux (conocidos como «Combiers») estaban muy lejos de la por entonces emergente apertura de miras y sofisticación cosmopolita. Por el contrario, preferían permanecer en su contemplativo entorno, donde tenazmente manipulaban los mecanismos que combinaban el diseño inteligente con un rendimiento fiable.

Anuncio1A diferencia de los típicamente introvertidos “cadatruriers” (los especialistas de las complicaciones), el carácter empresarial de LeCoultre hizo que se anticipara a lo que estaba por venir y entendió el mensaje: la modernidad.

A finales del verano de 1930, de Trey y LeCoultre se sentaron delante de una mesa para discutir la planificación de un proyecto que a la larga tendría consecuencias de gran alcance . El invitado de LeCoultre de manera franca y sin rodeos le reveló su idea, que, esperaba, resolvería el problema que tanto preocupaba a los militares destacados en la India. LeCoultre se entusiasmó inmediatamente con el proyecto, creyendo que le ofrecería el potencial de mercado que precisaba para reorientar su manufactura.

Nadie sabe con exactitud cuando se concibió por primera vez la idea de una caja reversible. Los dos hombres hablaron acerca de las creaciones que LeCoultre había desarrollado en colaboración con Établissements Jaeger en París, que había sido su socio preferente desde 1903. Jacques-David LeCoultre explicó los detalles de esta productiva colaboración, que se había traducido en notables inventos, no sólo en el campo de relojes de bolsillo, sino también en el contexto de los relojes de péndulo de estilo Art Déco y de los relojes de pulsera. Pablo Lebet, oriundo de Suiza, era una figura destacable en la manufactura de LeCoultre & Cie, ya que, había dirigido los talleres Jaeger desde 1915. Otro ingenioso inventor entre el personal de Établissements Jaeger fue Auguste Rodanet, sobrino del fundador de la escuela de relojería en París.

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, el autor

Ingeniero Técnico Industrial, de formación electrónica con pasión por la micro-mecánica. Co-fundador y editor de Watch-Test. En mi trabajo y en la vida tengo una máxima: Las cosas hay que explicarlas de manera que se entiendan. De lo contrario, el esfuerzo es en vano.

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